Espejo de la Reina Isabel la Católica convertido en custodia |
Por Trastámara, Isabel,
reina real de Castilla
—si no por su gran virtud,
reina de la hispana Hungría—
en su espejo se miraba
y su rostro no veía:
ve una España unificada
por la forma más pacífica.
Granada, Jerusalén
—no la humana, la divina—,
novia enjoyada se adorna
doncella que fue cautiva.
Darro y Genil amebeos
en su doble escorrentía,
desatados eran lágrimas
de dolor y de alegría:
lloran por la Cristiandad,
lloran por la morería;
gozo por el nuevo encuentro,
pesar por la despedida.
«Si la culpa de los padres
en los hijos se castiga
por cuantas generaciones
perdura abierta la herida,
que germinen las iglesias
al lado de las mezquitas,
y a cada uno, la suya,
como norma de justicia.
Florezcan en las prisiones
las flores de la amnistía
y se marchiten las rejas
como arrancadas ortigas.
Los oficios y las artes
con sus labores prosigan
y muévanse libremente
personas y mercancías.
Será mi cetro cayado
de la paz y sus caricias,
y una segur, mi corona
para divulgar espigas».
¡Despierta, Isabel, despierta,
que un jinete se aproxima!
Guadaña de media luna
y espada de cruz latina.
Los cascos de su caballo,
tambores en tropelía,
mudan las conciencias tanto
que lo muerto resucitan.
Tragedia del gobernante
de una nación dividida:
con dos manadas de lobos
fundar sola una familia
Enarbolarán ideas
como bélicas insignias;
papeles como puñales
en pechos que relucían.
Y a ti, reina vencedora,
como aciaga profecía,
una espada de tristeza
te traspasará rendida.
Granada muere en lo alto
de montes de pesadilla
y los latidos del mar
ya por sus torres expiran.
¡Cómo invertirán feroces
las visiones de Isaías
el orgullo vencedor
y la venganza vencida!
Entre espejismos de historia
su rostro se difumina.
Isabel: tu dulce sueño
te ahorcarán en una encina.
(Noviembre de 2019)
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