viernes, 19 de febrero de 2021

San Jorge y el dragón (romance)

Si es superior a la historia
la poesía, según dice
el sabio el Estagirita,
lo que Angélico recibe;
si el agua incluye supremo
algo cuando la bendicen,
pero más, pues lo consagran,
el rubio humor de las vides;
si un doble batir de alas,
que son la ratio y la fide,
tiene el espíritu humano
para alcanzar lo intangible,
calla a las paganas musas
y ven, Defensor sublime,
y hazme cantar la leyenda
del cristiano danaïde.

Noble corcel, dragón fiero,
el blanco al verde persigue
buscando, por fruto rojo,
regar la arena infelice
—no el que exprimido en un leño
lavó los sucios tapices
del alma más agostada,
del cuerpo más corruptible—.
Sedienta ciudad espera
que un Heracles decapite
al dragón que por un sorbo
sangre de doncella exige.
Era un compendio su carne
de la aurora y sus matices;
hija es de reyes, esclava,
alba luna en su declive.
Hebras de sol, su cabello
sobre dos astros sutiles
que un Josué no disuadiera
de su occidente el más triste.
Vestida no pocos mayos,
no muchos crecida abriles,
ya el estío por su vientre
su nieve custodia virgen.
Trémula escarcha en sus pétalos,
¡rosas de marzo la envidien!
Grama a la segur hambrienta,
¡rosas de otoño suspiren!
¿Cómo cadenas tan crueles
tan leves miembros impiden,
si las flores hechas ramo
con suave seda se ciñen?
¿Dónde estará otra doncella,
la madre de augusta estirpe
que a la serpiente falaz
al fin su cabeza pise?

Ésta por su pueblo fue
víctima escogida Filis
por calmar con su inocencia
a aquél que furioso aflige
—toro de bronce, su aliento;
fagelo, su cola, o tigre—
a una patria que, aún en tierra,
mundana es urbe de Dite:
escondida entre las zarzas
de estos ingratos pensiles,
aunque con patas, rastrera
hórrida sierpe subsiste.

Magna trompeta admirable,
nuncio de su brava efigie,
son esparció, grito alado
del horizonte y sus límites:
Jorge, impávido jinete,
a galope se dirige
contra la cruel ceraste
bramando su lanza en ristre.
Los cascos de su caballo
la arena de flores tiñen,
que brotan tras sus pisadas
bajo su fértil molicie.
¡Cómo desean las rocas
a este sol volverse Clicies
y los planetas, estrellas
que en su órbita azul se fijen!

Era una ola de llamas
—gotas, ardientes rubíes—
que toro reptil se yergue
ante un Hipólito firme
el dragón enarbolado,
bestia de este Apocalipsis,
que derretir quiere al fuego
a la lumbre más insigne,
que desprecia su armadura
por el traje más humilde
—de pelo de cabra no,
de blanco vellón se viste—
ante las fauces abiertas
de una muerte tan terrible
que, toda horror, toda ojo,
fue Polifemo a este Ulises:
entre estertores pulsantes
que rojo y verde dirimen,
la pica una cruz designa,
ya patíbulo, ya estípite.

¡Exulte al fin la ciudad,
de su esclavitud ya libre,
con agua para su barro
y cielo para sus timbres!
Por el azul de las platas
circundada se bautice
y llámese Trinidad
la que naciera Anfitrite,
primicia de su nación
a la que todos imiten:
al Padre, al Hijo, al Espíritu
Capadocia glorifique.

(Darro, 5-16 de junio de 2020)

lunes, 15 de febrero de 2021

Tarteso. La construcción de un mito en la historiografía española

 

Álvarez Martí-Aguilar, M. (2005). Tarteso. La construcción de un mito en la historiografía española. Málaga: Diputación de Málaga.

Quienes no sabemos Historia pero queremos aprender sobre algún período que nos interesa especialmente tendemos a buscar la seguridad que proporciona algún autor reconocido, a poder ser procedente del ámbito universitario.  Sin embargo, también en la Universidad, como en todas las instituciones culturales, funcionan diversos paradigmas metodológicos y exegéticos, de modo que ningún acercamiento a la verdad histórica —y qué será eso de la verdad histórica— es en el fondo neutral.

El presente libro me parece una lectura muy valiosa para poner de manifiesto precisamente esta diversidad de acercamientos a ese elemento histórico que se llama Tarteso: ¿una civilización histórica?, ¿una cultura material?, ¿un conjunto de mitos griegos situadios en el Extremo Occidente?...  Pasa revista a diversas interpretaciones de Tarteso desde los primeros historiadores modernos en la época de los Reyes Católicos hasta los últimos años del siglo XX.

Durante muchos siglos las únicas noticias de Tarteso provenían de las fuentes literarias grecorromanas.  Sólo en los años 50 del siglo XX se empezaron a hallar e identificar algunos elementos de su cultura material, aunque todos de una etapa final que se ha dado en llamar orientalizante, pero no conocemos con certeza elementos de épocas anteriores a la presencia fenicia y griega en la Península.

El debate entre posturas esencialistas, que tienden a presentar Tarteso como la primera y majestuosa encarnación del ser español, autoctonistas, que reivindican en el valle del Guadalquivir una civilización equiparable a las culturas antiguas del Mediterráneo oriental, y difusionstas, que remarcan la influencia orientalizante en la población indígena andaluza, se presenta aquí en orden cronológco y nos deja a las puertas de las discusiones actuales, que pueden resumirse en dos tendencias principales:

* Tarteso como la cultura indígena protourbana del suroeste español que conoce una notable evolución por su contacto con las gentes del Mediterráneo oriental, especialmente los comerciantes fenicios (Aubet).

* Tarteso como la realidad mixta que surge del encuentro entre una población indígena de carácter tribal que evoluciona hacia un nivel protourbano por la necesidad de suministrar metales a los fenicios que se encuentran asentados en no pocos puntos de las costas andaluzas, e incluso en zonas del interior (Wagner).

Una lectura imprescindible para poner orden en todas las publicaciones que podemos leer para conocer con rigor científico esta estapa de la antigüedad andaluza.  Por desgracia, la obra, del año 2005, no puede comentar la evolución de la investigación sobre Tarteso en los últimos quince años, período en el que se ha producido un importante acontecimiento: la celebración en 2011 del congreso "Tarteso. El emporio del metal" en la Universidad de Huelva que reunió a un nutrido grupo de destacados investigadores

Sin embargo, el autor del libro que nos ocupa se encuentra entre ellos: participó con "Definiendo Tarteso: indígenas y fenicios" (en el libro de actas del congreso: Carrasco y Alvar, 2013, pp. 223-246), trabajo que no hace sino confirmar que la tendencia actual tiende a identificar Tarteso no tanto con la población indígena que recibió a los fenicios, sino con la cultura trasnformada por la presencia de éstos, y muy especialmente con la nueva clase dirigente enriquecida por el comercio de los metales —algo muy en consonancia con las imágenes de opulencia con que las fuentes griegas nos hablan de Tartessos—.  El autor, incluso, aboga por la hipótesis de que

el Tarteso de las fuentes greigas y latinas sea el reflejo histórico de las comunidades de origen cananeo establecidas en la Península Ibérica desde, al menos, el siglo VIII a. C., en contacto e interacción, claro está, con la población indígena (Álvarez, 2005, p. 218).

En todo caso, a pesar del gran auge de las tesis pro-fenicias —a tenor de los hallazgos arquielógicos en Andalucía—, y a pesar de la propuesta consensuada que trató de articular el congreso de 2011 ("Manifiesto por Tarteso", en Carrasco y Alvar, 2013, pp. 651-653), Tarteso se caracteriza por una gran diversidad de concepciones y enfoques, y quizá sea esto algo no accidental, como apunta Álvarez:

¿A qué se debe que el contenido cultural, étnico e histórico de Tarteso ofrezca tal grado de variabilidad de concepto y definiciones? Creo que la base del problema reside en las dificultades inherentes al proceso por el cual se dota de contenido —ya sea poblacional, histórico, cultural, arqueológico, cronológico, etc.— a un término tomado de la tradición literaria antigua, cuyo significado original no responde exactamente a ninguno de estos criterios modernos. (Carrasco y Ezquerra, 2013, p. 240)

Tarteso sigue quedando, así, en la confluencia de lo literario y lo arqueológico —y en las últimas décadas, de lo epigráfico—, lo indígena y lo foráneo, y, dentro de lo foráneo, entre las tendencias pro-helénicas o pro-semitas —sin olvidar un posible componente indoeuropeo— en el marco más general del debate entre lo oriental y lo occidental en los albores de la civilización mediterránea.

Un libro indispensable para mí.


Referencias:

* Álvarez Martí-Aguilar, M. (2005). Tarteso. La construcción de un mito en la historiografía española. Málaga: Diputación de Málaga.

* Campos Carrasco, J. M. y Alvar Ezquerra, J. (Eds.) (2013). Tarteso. El emporio del metal. Córdoba: Almuzara.

sábado, 13 de febrero de 2021

Góngora y las manzanas amarillas

 

"y no me diga que la camuesa pierde el color amarillo en tomando el acero del cuchillo" (Góngora, 1967, pp. 1086-1087).  Así expresa Pedro de Valencia, en carta dirigida a Luis de Góngora con fecha 30 de junio de 1613, su disconformidad con el final de la octava décima de su Fábula de Polifemo y Galatea:

Lanudo es propio, no cercado ajeno,
de la fruta el zurrón, casi abortada
que el tardo otoño deja al blando seno
de la piadosa hierba encomendada:
la delicada serba, a quien el heno
rugas le da en la cuna; la opilada
camuesa, que el color pierde amarillo
en tomando el acero del cuchillo. (Góngora, 2015, p. 137)

Ante esta censura de Pedro de Valencia, el poeta cordobés rehizo la octava de la siguiente forma, que es la que aparece desde entonces en las ediciones del poema:

Cercado es, cuanto más capaz, más lleno,
de la fruta, el zurrón, casi abortada
que el tardo otoño deja al blando seno
de la piadosa hierba encomendada:
la serba, a quien le da rugas el heno;
la pera, de quien fue cuna dorada
la ruba paja y pálida tutora
la niega avara y pródiga la dora. (p. 139)
No gustó, desde luego, el chiste conceptista sobre la opilación de la camuesa a Pedro de Valencia:
En lugar de la «pera», en esta primitiva versión figuraba la «camuesa», y era comparada por el poeta con una damita «opilada» (como tantas que figuran en novelas y teatro del siglo XVII).  Era la opilación una enfermedad femenina cuyos síntomas eran mal color y otros desarreglos, para la que los médicos mandaban agua ferruginosa y paseos:

Mañanitas de mayo
salen las damas;
con achaques de acero
las vidas matan.

Recuérdese El acero de Madrid de Lope.  La camuesa pierde también el feo color amarillo cuando se la parte o pela con el cuchillo («en tomando el acero del cuchillo»), dice el poeta, con un chiste o doble sentido que alude a la amrillez en la opilación femenina).  Este chiste le pareció mal a Pedro de Valencia; Góngora lo corrigió, pero al hacerlo metió otro chiste conceptual; y las peras fueron comparadas, ahora, a niñas cuyo tutor cela (como la paja oculta las peras) mientras las enriquece cuidando de su haciendo, haciéndolas de oro (como la paja dora las peras al madurarlas).  Góngora no podía vencer su natural que a esos conceptos le lleva. (Alonso, 1994, pp. 466-467).
Añadamos a la perfecta exégesis de Alonso simplemente algunas definiciones.  Se llama camuesa a "una especie de manzana, de olor y sabor muy suave y agradable" (Alemany, 1930, s. v. camuesa) y de color amarillo, y opilación a la "amenorrea" (ibid. s. v. opilación).  Ir a tomar, por prescripción médica, aguas ricas en hierro —tomar el acero— era, como vemos en la comedia de Lope, una excusa perfecta para que las mueres pudieran salir de casa en la época y eludir el control familiar.  Como apunta Alonso, se trata de un lugar común de la literatura del Siglo de Oro.  Recordemos dos famosos ejemplos de Quevedo: ¿Quién gasta su opilación / con oro y no con acero? / El dinero (Quevedo, 1990, p. 657), en su letrilla satírica sobre la pobreza y el dinero, y, sobre todo, una letrilla, también satírica, dedicada por entero a la cuestión (ibid., pp. 667-668), y que es como una versión barroca del pagafantas de nuestros días:
La morena que yo adoro
y más que a mi vida quiero,
en verano toma el acero
y en todos tiempos el oro.

Opilóse, en conclusión,
y levantóse a tomar
acero para gastar
mi hacienda y su opilación.
La cuesta de mi bolsón
sube, y nunca menos cuesta.
Mala enfermedad es ésta,
si la ingrata que yo adoro
y más que mi vida quiero,
en verano toma el acero
y en todos tiempos el oro.

Anda por sanarse a sí,
y anda por dejarme en cueros;
toma acero, y mestra aceros
de no dejar blanca en mí.
Mi bolsa peligra aquí,
ya en la postrer boqueada;
la suya, nunca cerrada
para chupar el tesoro
de mi florido dinero,
tomando en verano acero
y en todos tiempos el oro.

Es niña que, por tomar,
madruga antes que amanezca,
porque en mi bolsa anochezca:
que andar tras eso es su andar.
De beber se fue a opilar;
chupando se desopila;
mi dinero despabila;
el que la dora es Medoro;
el que no, pellejo y cuero:
en verano toma el acero
y en todos tiempos el oro.
Lo que nos preguntamos aquí es por qué desagradó tanto al humanista Pedro de Valencia el chiste gongorino sobre la opilación, cuando vemos que ya en 1608 Lope de Vega había empleado el asunto en su comedia El acero de Madrid —citada por Dámaso Alonso— y pocos años después el asunto es explotado ampliamente en las letrillas de Quevedo —publicadas en el Parnaso español de 1648—.
 
Quizá pueda deberse a que se trataba de un tópico asociado a lo cómico, por lo que no procedería su inclusión en un poema serio como el Polifemo gongorino.  De ser esta la causa, estaríamos ante un nuevo ejemplo de problema de género en la obra de Góngora, cuestión que está ampliamente estudiada en el caso de Soledades (cf. Roses Lozano, 1994, pp. 121-141).  En cambio, los comentaristas gongorinos no tuvieron problema con el dorado pomo de la octava XVII —alusión al mito de Hipomenes y Atalanta—, también una manzana amarilla.  Naturalmente, hoy nadie se escandalizará ya por el chiste léxico de la versión original.
 
Asunto distinto es la valoración sobre el cambio operado por el poeta.  A este respecto nos dice José María Micó en su peculiar edición-lectura del Polifemo:
La versión definitiva, que mejora aspectos como el de la musicalidad de la octava, sustituye el chiste de la camuesa por otro que en apariencia resulta menos extremado, pero que se basa igualmente en la atribución de rasgos humanos a los elementos de la naturaleza: la paja es como una tutora (cultismo poco frencuente en la época) que custodia y da sazón a la pera (la bergamota, según Pellicer y Salcedo). (Micó, 2015, pp. 216-217)
Quizá en el fondo del problema se encuentre el sentido de la metáfora y de la personificación que involucra: descendente, en el primer caso, pues se compara la sabrosa fruta con una damisela enfermiza —y caprichosa, según Quevedo—, y ascendente en el segundo, pues se compara a la manzana con una diligente institutriz que saca lo mejor de su pupila —oficio éste, por cierto, de ilustre ascendencia cordobesa en cierto sentido: recuérdese que el cordobés Séneca fuer preceptor del emperador Nerón—.  De hecho, la otra gran metáfora de la octava, el zurrón como cercado, también es ascendente, por lo que tanto el inicio como el final de la octava, y con ello la estrofa completa, quedan pefectamente equilibrados.

Referencias

* Alemany y Selfa, B. (1930). Vocabulario de las obras de Don Luis de Góngora y Argote. Madrid: Tip. de la "Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos".

* Alonso, D. (1994). Góngora y el «Polifemo» (7ª. ed). Madrid: Gredos.

* Góngora, L. de (1967). Obras completas (ed. J. Millé e I. Millé; 6ª ed.). Madrid: Aguilar.

* Góngora, L. de (2015). Fábula de Polifemo y Galatea (ed. J. Ponce Cárdenas). Madrid: Cátedra.

* Micó, J. M. (2015). Para entender a Góngora. Barcelona: Acantilado.

* Quevedo, F. de (1990). Poesía original completa (ed. J. M. Blecua). Barcelona: Planeta.

jueves, 11 de febrero de 2021

Por la llanura de tu piel morena (soneto)

Por la llanura de tu piel morena
mi mente laberíntica se pierde,
intonsa imbricación del vello verde
y bosque de coral de fruto en vena.

Por vasta soledad de aguda pena
tormentosa tu voz graniza y muerde
mi sueño alado por que yo recuerde
en un lecho de cactus y de arena.

¡Adiós, mi deseada geografía,
que vuelves cada noche a ilusionarme
con promesas de bálsamo fingido!

¡Y, salve, cotidiana luz del día,
que tan aristotélica infectarme
gustas mi corazón rosas herido!

(Darro, 19 de abril de 2017)

sábado, 6 de febrero de 2021

La altura del cielo sobre la tierra según Hesíodo

La caída de los Titanes, por Cornelis van Haarlem

Hesíodo en su Teogonía, cuando nos cuenta la batalla entre dioses y titanes, que acaba con el confinamiento de éstos en las profundidades de la tierra, nos ofrece un curioso dato para que podamos estimar la gran profundidad a la que fueron encerrados en el inframundo:

tan hondos bajo la tierra como lejos está el cielo de la tierra; [esa distancia hay desde la tierra hasta el tenebroso Tártaro]. Pues un yunque de bronce que bajara desde el cielo durante nueve noches con sus días, al décimo llegaría a la tierra [...]; e igualmente un yunque de bronce que bajara desde la tierra durante nueve noches con sus días, al décimo llegaría al Tártaro (vv. 720-725; tomado de Hesíodo, 1978, pp. 103-104).

Con esta información es fácil calcular la altura a la que, según el texto, se encuentra el cielo de la tierra.  Como se trata de un pesado yunque de bronce, podemos suponer que el rozamiento con el aire no tendrá efectos sobre el movimiento de caída libre del objeto, por lo que podemos emplear como fórmula para la energía mecánica

Emec = Ep + Ec = mgh + mv²/2

donde Emec es la energía mecánica, Ep es la energía potencial gravitatoria terrestre y Ec la energía cinética; m es la masa del yunque, g la aceleración de la gravedad terrestre, h la altura desde la que cae el yunque, es decir, la altura del cielo sobre la tierra según el texto, y v la velocidad final o de impacto.

En el momento inicial (t=0), toda la energía mecánica es energía potencial, ya que la velocidad es cero; por tanto,

Emec(0) = Ep = mgh

En el momento final (t=T, el tiempo que dura la caída), en el impacto contra la tierra, toda la energía mecánica es energía cinética, ya que la altura es nula; por tanto,

Emec(T) = Ec = mv²/2

El principio físico fundamental que usaremos es el de la conservación de la energía mecánica durante todo el proceso, de modo que  Emec(0) = Emec(T), de donde

mgh = mv²/2

Así, pues, sabiendo que g = 9'8 m/s², que v = gT, y que T = 9 días con sus noches, es decir, T = 216 horas = 777.600 s, obtenemos que la altura del cielo sobre la tierra, que es igual a la distancia entre la superficie terrestre y el Tártaro según el texto, es

h = 2.962.842.624 Km.

Para hacernos una idea de la magnitud de esta distancia, recordemos que el radio medio terrestre es de 6.371 Km., lo que nos indica que el descenso de los titanes hasta el Tártaro no sólo alcanzaría el centro del planeta, sino que alcanzaría las antípodas al otro lado de la Tierra y continuaría por el espacio...  Por otra parte, recordemos que la distancia media de la Tierra al Sol, distancia llamada unidad astronómica, U. A., es de, aproximadamente, 149.597.870'7 Km., por lo que la altura del cielo sobre la tierra según Hesíodo sería de casi 20 U. A., es decir, el cielo estaría 20 veces más lejos de la tierra que el Sol.  Nuestro Sistema Solar tiene un diámetro máximo de unas 30 U. A., y la estrella más próxima al mismo —excluido el Sol—, Próxima Centauri, se encuentra de nosotros a 4'22 años-luz, es decir, a unas 266.877 U. A. A unas 19 U. A. del Sol se encuentra Urano, por lo que ésta es la altura a la que, aproximadamente situaríamos el cielo hesiódico: hacia la órbita del planeta Urano, cuyo nombre procede del griego oὐρανός, que significa, precisamente, cielo...  Ni a propósito.

Una distancia así escapa, naturalmente, al ámbito en que la energía potencial gravitatoria de la Tierra funciona según la fórmula que hemos empleado; en todo caso, nos parece que el cálculo sobre el texto de Hesíodo es realmente curioso.


Referencia

Hesíodo (1978), Obras y fragmentos (ed. y trad. A. Pérez Jiménez y A. Martínez Díez). Madrid: Gredos.


viernes, 5 de febrero de 2021

jueves, 4 de febrero de 2021

Veni Creator Spiritus (romance)

Ven, Espíritu Creador,
a visitar a tus siervos;
llena de superna gracia
tus creaciones en sus pechos.

El Paráclito te llaman,
regalo de Dios espléndido,
unción espiritual,
fuente de vida, amor, fuego.

Nos armen tus siete dones,
Tú, el dedo de Dios más diestro;
según nos prometió el Padre,
das a nuestra voz el verbo.

Dona luz a los sentidos,
amor al corazón nuestro
y, con tu virtud perpetua,
fortalece nuestros cuerpos.

Aleja a los enemigos
y danos la paz sin término,
que, si eres Tú nuestro guía,
lo nocivo evitaremos.

Por ti al Padre conozcamos,
también al Hijo admiremos,
y a ti, Espíritu de ambos,
creamos en todo tiempo.

Gloria al Padre, y al Señor
que nació y de entre los muertos
resucitó, y al Paráclito
por los siglos sempiternos.

(Darro, 13 de octubre de 2020)

miércoles, 3 de febrero de 2021

El código secreto de la Odisea

Pillot, G. (1975), El código secreto de la Odisea. Los griegos en el Atlántico. 3ª ed. Barcelona: Plaza & Janés.

El descubrimiento de los restos de la ciudad de Troya por Schliemann tenía que plantear necesariamente la hipótesis de que el otro gran poema homérico también estuviese basado, de algún modo, en hechos reales: en realidad desde siempre se ha tratado de reconocer en los pueblos, pasíses y accidentes que componen la geografía mítica del poema diversos lugares de la cuenca mediterránea.  Incluso ya algunos comentaristas antiguos situarion el viaje de Odiseo en aguas del Atlántico, más allá, diríamos, de las Columnas de Heracles.

En realidad esto es bastante razonable: en la Odisea se habla de mareas desconocidas en el Mediterráneo, y de noches o días de duraciones propias de las áreas cercanas al círculo polar...  Pero, sobre todo, es difícil admitir que un marino experimentado, que ha ido a la guerra de Troya, se pierda en el Mediterráneo —que, como dice un amigo mío, "es un charco"— y no reconozca los pueblos ribereños de un mar que, pocos siglos después, los romanos consideraban como el patio de su casa.

En el libro que hoy nos ocupa, su autor, Gilbert Pillot, no sólo adopta la hipótesis atlántica para el viaje de Odiseo —a quien llama por su nombre latino Ulises—, sino que elabora un preciso itinerario en el que señala uno por uno los lugares visitados por el navegante con precisión extrema.

En la primera parte del libro (hasta el capítulo 4), Pillot, a partir de la navegación de Telémaco por regiones conocidas del Mediterráneo, que se encuentra en los cantos III y IV de la Odisea, se calcula la velocidad de los navíos; con este dato, se estiman las distancias correspondientes a los distintos tramos de navegación —que en el poema se dan en jornadas— por el Atlántico para reconstruir la ruta de Ulises.  Se complementa con una orientación a partir de las constelaciones del Zodiaco, hasta llegar a identificar con sorprendente precisión los distintos lugares que visita.

La segunda parte de la obra, (capítulos 4 a 8) nos narra otro viaje: el que realizó personalmente Pillot por el norte de las Islas Británicas para tratar de comprobar in situ las coincidencias de aquellos parajes con algunos de los descritos por Homero en su epopeya.  Concluye el libro con un extraño capítulo noveno que contiene una sorprendente valoración de Ulises y una graciosa hipótesis sobre un vigésimoquinto canto de la Odisea deliberadamente censurado y eliminado desde la Antigüedad, a partir del precipitado y casi de compromiso final del poema homérico.

Más allá de las localizaciones en extremo precisas que se atreve a proporcionar el autor —y no si esmeradas justificaciones, por cierto—, lo que nos parece más valioso de esta obra es la explicación en términos económicos —de sabor muy marxista— que se hace del viaje de Odiseo: se trataría de la descripción —en clave, para que solamente los iniciados puedan conocerla— de una ruta hacia las Casitérides —islas habitualmente identificadas con las Islas Británicas— que trataría de romper el monopolio tartésico sobre el comercio del estaño en el Meditérráneo: se trataba de conseguir el estaño por sí mismos, sin otros intermediarios.  Así, por ejemplo, Pillot explica que, tras pasar por las Columnas de Heracles (Estrecho de Gibraltar), la expedición navega hacia el sur, para evitar el territorio tarteso, hace escala en Canarias y sube hasta tierras británicas aprovechando los vientos y las corrientes de la zona.

No sabemos si esta explicación —que no nos parece mal elaborada— será cierta.  En todo caso, consideramos que hoy podemos afirmar que lo que hay de trasfondo real en el poema homérico puede describirse como un conjunto de tradiciones marinas —tanto mediterráneas como atlánticas— elaboradas en distintos momentos por diversos autores o comunidades, y que ulteriormente fueron compiladas en la unidad de un poema épico por Homero —a quien Pillot siempre nombra entre comillas, por lo discutido de su figura y de su autoría; no entraremos aquí, desde luego, en la cuestión homérica—.  De este modo, entendemos el contenido de la Odisea del mismo modo que hoy se emplican antiguos libros, como los del Pentateuco bíblico, como una compilación de tradiciones que convergen finalmente en una compilación en forma de relato protagonizado por un personaje destacado (Abraham, Moisés, Aarón...); en nuestro caso, convergentes en la figura de Odiseo, a quien se convierte en protagonista de todos los relatos reunidos en una sola gran aventura.

En todo caso, reconocemos en El código secreto de la Odisea un intento loable de fundamentar la tesis atlántica para el viaje de Ulises, aunque aceptemos aquí una versión más atenuada —compilación de tradiciones marinas, no todas necesariamente atlánticas— y no podamos pronunciarnos sobre la motivación económica o comercial que defiende el autor.  Por lo demás, el libro está escrito en un estilo directo que contiene mucha información sobre el proceso que siguió el autor durante sus investigaciones, lo que hace amena la lectura incluso en aquellas partes en que nos abruman las cifras y los cálculos geométricos que expone detalladamente.  Delicioso, en este sentido, el relato de su propio viaje en busca de los lugares de la Odisea por tierras británicas e irlandesas.

martes, 2 de febrero de 2021

Los dioses de los tartesios

Tejera Gaspar, A. y Fernández Rodríguez, J. (2012). Los dioses de los tartesios. Barcelona: Bellaterra.

Entre los arqueólogos e historiadores se encuentra abierto el debate sobre a qué se puede llamar Tarteso: si exclusivamente a la cultura que surge en el suroeste de la Península Ibérica (s. l.) como respuesta a la llegada de los fenicios unos mil años antes de Cristo, o a la cultura autóctona que se encontraba en el lugar antes de su llegada y que sufrió notables transformaciones tras el contacto con ellos.  En genreal, suele admitirse que el Tarteso que conocemos gracias a las fuentes literarias grecorromanas —siempre muy tardías— y a la cultura maneterial  —prácticamente toda de la época de influencia fenicia— es la primera de las dos opciones mencionadas: Tarteso sería, pues, la civilización del suroete peninsular bajo la influencia —sin duda recíproca— de los fenicios que por aquí se establecieron.

Por ahora no se han encontrado elementos arqueológicos materiales que se adscriban indiscutiblemente a dicha época remota, de modo que el estudio de la civilización previa a la llegada fenicia es realmente difícil, cuando no imposible.  Y si se trata de saber algo sobre la cultura inmaterial de aquellos pueblos, el problema parece casi irresoluble.

Pues este es precisamente el terreno sobre el que trata de arrojar algo de luz el presente libro.  A partir de un esquema, ya clásico, que Dumézil propuso para las religiones indoeuropeas, y a través de la comparación con otras sociedades antiguas mejor conocidas del ámbito mediterráneo y europeo, se propone una nueva lectura de los signos e imágenes que encontramos en la ya notable colección de estelas recuperadas en el área identificada como territorio de la civilización tartesia y en sus áreas periféricas: una lectura de tipo religioso y cultual, de modo que, a partir de los símbolos y las escenas que contemplamos en las estelas —normalmente datadas en el período orientalizante—, se postula cómo pudieron ser las creencias (dioses, mitos, escatología) y el culto de los pobladores de la cuenca del Guadalquivir durante el segundo milenio antes de Cristo.

Naturalmente, todas las conclusiones del libro, a pesar de contar a su favor con el sólido marco duméziliano y con las conexiones con otras religiones y mitologías mejor conocidas, no llegan a salir del campo de lo hipotético, y es muy loable la exquisita prudencia y la coherencia metodológica, verdaderamente admirables, que demuestran los autores, pues ellos mismos advierten sobre la interinidad de su propuesta hasta que los estudios avancen y aparezcan nuevos datos.

Por eso, y aunque se trata de un trabajo perfectamente técnico, no podemos dejar de recordar aquella sugerente afirmación de Aristóteles: la poesía es superior a la historia, porque la historia cuenta lo que fue, mientras que la poesía cuenta lo que podría haber sido (cf. Poética, 1541b).  Pues sí: todo lo que se cuenta en este precioso y valiente libro podría haber sido.

lunes, 1 de febrero de 2021

Madrigal

    Árbol, a cuya umbría
mi pesar se derrama,
¡devuélveme el misterio de tu trama!

    Ante el invierno crudo
exhibes tu desnudo
escondiendo pequeñas primaveras
que darás al verano
con deliciosa mano
mientras funden las hojas de tus ceras.
¡Yo también! Hoja a hoja
—pero sin flor que acoja
mi maldición de fruto desterrado—
inexplicables broto enredaderas.

    Árbol, a cuya umbría
mi pesar se derrama,
¡devuélveme el misterio de tu trama!

(Roquetas de Mar, 25 de mayo de 2017)