sábado, 13 de febrero de 2021

Góngora y las manzanas amarillas

 

"y no me diga que la camuesa pierde el color amarillo en tomando el acero del cuchillo" (Góngora, 1967, pp. 1086-1087).  Así expresa Pedro de Valencia, en carta dirigida a Luis de Góngora con fecha 30 de junio de 1613, su disconformidad con el final de la octava décima de su Fábula de Polifemo y Galatea:

Lanudo es propio, no cercado ajeno,
de la fruta el zurrón, casi abortada
que el tardo otoño deja al blando seno
de la piadosa hierba encomendada:
la delicada serba, a quien el heno
rugas le da en la cuna; la opilada
camuesa, que el color pierde amarillo
en tomando el acero del cuchillo. (Góngora, 2015, p. 137)

Ante esta censura de Pedro de Valencia, el poeta cordobés rehizo la octava de la siguiente forma, que es la que aparece desde entonces en las ediciones del poema:

Cercado es, cuanto más capaz, más lleno,
de la fruta, el zurrón, casi abortada
que el tardo otoño deja al blando seno
de la piadosa hierba encomendada:
la serba, a quien le da rugas el heno;
la pera, de quien fue cuna dorada
la ruba paja y pálida tutora
la niega avara y pródiga la dora. (p. 139)
No gustó, desde luego, el chiste conceptista sobre la opilación de la camuesa a Pedro de Valencia:
En lugar de la «pera», en esta primitiva versión figuraba la «camuesa», y era comparada por el poeta con una damita «opilada» (como tantas que figuran en novelas y teatro del siglo XVII).  Era la opilación una enfermedad femenina cuyos síntomas eran mal color y otros desarreglos, para la que los médicos mandaban agua ferruginosa y paseos:

Mañanitas de mayo
salen las damas;
con achaques de acero
las vidas matan.

Recuérdese El acero de Madrid de Lope.  La camuesa pierde también el feo color amarillo cuando se la parte o pela con el cuchillo («en tomando el acero del cuchillo»), dice el poeta, con un chiste o doble sentido que alude a la amrillez en la opilación femenina).  Este chiste le pareció mal a Pedro de Valencia; Góngora lo corrigió, pero al hacerlo metió otro chiste conceptual; y las peras fueron comparadas, ahora, a niñas cuyo tutor cela (como la paja oculta las peras) mientras las enriquece cuidando de su haciendo, haciéndolas de oro (como la paja dora las peras al madurarlas).  Góngora no podía vencer su natural que a esos conceptos le lleva. (Alonso, 1994, pp. 466-467).
Añadamos a la perfecta exégesis de Alonso simplemente algunas definiciones.  Se llama camuesa a "una especie de manzana, de olor y sabor muy suave y agradable" (Alemany, 1930, s. v. camuesa) y de color amarillo, y opilación a la "amenorrea" (ibid. s. v. opilación).  Ir a tomar, por prescripción médica, aguas ricas en hierro —tomar el acero— era, como vemos en la comedia de Lope, una excusa perfecta para que las mueres pudieran salir de casa en la época y eludir el control familiar.  Como apunta Alonso, se trata de un lugar común de la literatura del Siglo de Oro.  Recordemos dos famosos ejemplos de Quevedo: ¿Quién gasta su opilación / con oro y no con acero? / El dinero (Quevedo, 1990, p. 657), en su letrilla satírica sobre la pobreza y el dinero, y, sobre todo, una letrilla, también satírica, dedicada por entero a la cuestión (ibid., pp. 667-668), y que es como una versión barroca del pagafantas de nuestros días:
La morena que yo adoro
y más que a mi vida quiero,
en verano toma el acero
y en todos tiempos el oro.

Opilóse, en conclusión,
y levantóse a tomar
acero para gastar
mi hacienda y su opilación.
La cuesta de mi bolsón
sube, y nunca menos cuesta.
Mala enfermedad es ésta,
si la ingrata que yo adoro
y más que mi vida quiero,
en verano toma el acero
y en todos tiempos el oro.

Anda por sanarse a sí,
y anda por dejarme en cueros;
toma acero, y mestra aceros
de no dejar blanca en mí.
Mi bolsa peligra aquí,
ya en la postrer boqueada;
la suya, nunca cerrada
para chupar el tesoro
de mi florido dinero,
tomando en verano acero
y en todos tiempos el oro.

Es niña que, por tomar,
madruga antes que amanezca,
porque en mi bolsa anochezca:
que andar tras eso es su andar.
De beber se fue a opilar;
chupando se desopila;
mi dinero despabila;
el que la dora es Medoro;
el que no, pellejo y cuero:
en verano toma el acero
y en todos tiempos el oro.
Lo que nos preguntamos aquí es por qué desagradó tanto al humanista Pedro de Valencia el chiste gongorino sobre la opilación, cuando vemos que ya en 1608 Lope de Vega había empleado el asunto en su comedia El acero de Madrid —citada por Dámaso Alonso— y pocos años después el asunto es explotado ampliamente en las letrillas de Quevedo —publicadas en el Parnaso español de 1648—.
 
Quizá pueda deberse a que se trataba de un tópico asociado a lo cómico, por lo que no procedería su inclusión en un poema serio como el Polifemo gongorino.  De ser esta la causa, estaríamos ante un nuevo ejemplo de problema de género en la obra de Góngora, cuestión que está ampliamente estudiada en el caso de Soledades (cf. Roses Lozano, 1994, pp. 121-141).  En cambio, los comentaristas gongorinos no tuvieron problema con el dorado pomo de la octava XVII —alusión al mito de Hipomenes y Atalanta—, también una manzana amarilla.  Naturalmente, hoy nadie se escandalizará ya por el chiste léxico de la versión original.
 
Asunto distinto es la valoración sobre el cambio operado por el poeta.  A este respecto nos dice José María Micó en su peculiar edición-lectura del Polifemo:
La versión definitiva, que mejora aspectos como el de la musicalidad de la octava, sustituye el chiste de la camuesa por otro que en apariencia resulta menos extremado, pero que se basa igualmente en la atribución de rasgos humanos a los elementos de la naturaleza: la paja es como una tutora (cultismo poco frencuente en la época) que custodia y da sazón a la pera (la bergamota, según Pellicer y Salcedo). (Micó, 2015, pp. 216-217)
Quizá en el fondo del problema se encuentre el sentido de la metáfora y de la personificación que involucra: descendente, en el primer caso, pues se compara la sabrosa fruta con una damisela enfermiza —y caprichosa, según Quevedo—, y ascendente en el segundo, pues se compara a la manzana con una diligente institutriz que saca lo mejor de su pupila —oficio éste, por cierto, de ilustre ascendencia cordobesa en cierto sentido: recuérdese que el cordobés Séneca fuer preceptor del emperador Nerón—.  De hecho, la otra gran metáfora de la octava, el zurrón como cercado, también es ascendente, por lo que tanto el inicio como el final de la octava, y con ello la estrofa completa, quedan pefectamente equilibrados.

Referencias

* Alemany y Selfa, B. (1930). Vocabulario de las obras de Don Luis de Góngora y Argote. Madrid: Tip. de la "Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos".

* Alonso, D. (1994). Góngora y el «Polifemo» (7ª. ed). Madrid: Gredos.

* Góngora, L. de (1967). Obras completas (ed. J. Millé e I. Millé; 6ª ed.). Madrid: Aguilar.

* Góngora, L. de (2015). Fábula de Polifemo y Galatea (ed. J. Ponce Cárdenas). Madrid: Cátedra.

* Micó, J. M. (2015). Para entender a Góngora. Barcelona: Acantilado.

* Quevedo, F. de (1990). Poesía original completa (ed. J. M. Blecua). Barcelona: Planeta.

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