viernes, 19 de febrero de 2021

San Jorge y el dragón (romance)

Si es superior a la historia
la poesía, según dice
el sabio el Estagirita,
lo que Angélico recibe;
si el agua incluye supremo
algo cuando la bendicen,
pero más, pues lo consagran,
el rubio humor de las vides;
si un doble batir de alas,
que son la ratio y la fide,
tiene el espíritu humano
para alcanzar lo intangible,
calla a las paganas musas
y ven, Defensor sublime,
y hazme cantar la leyenda
del cristiano danaïde.

Noble corcel, dragón fiero,
el blanco al verde persigue
buscando, por fruto rojo,
regar la arena infelice
—no el que exprimido en un leño
lavó los sucios tapices
del alma más agostada,
del cuerpo más corruptible—.
Sedienta ciudad espera
que un Heracles decapite
al dragón que por un sorbo
sangre de doncella exige.
Era un compendio su carne
de la aurora y sus matices;
hija es de reyes, esclava,
alba luna en su declive.
Hebras de sol, su cabello
sobre dos astros sutiles
que un Josué no disuadiera
de su occidente el más triste.
Vestida no pocos mayos,
no muchos crecida abriles,
ya el estío por su vientre
su nieve custodia virgen.
Trémula escarcha en sus pétalos,
¡rosas de marzo la envidien!
Grama a la segur hambrienta,
¡rosas de otoño suspiren!
¿Cómo cadenas tan crueles
tan leves miembros impiden,
si las flores hechas ramo
con suave seda se ciñen?
¿Dónde estará otra doncella,
la madre de augusta estirpe
que a la serpiente falaz
al fin su cabeza pise?

Ésta por su pueblo fue
víctima escogida Filis
por calmar con su inocencia
a aquél que furioso aflige
—toro de bronce, su aliento;
fagelo, su cola, o tigre—
a una patria que, aún en tierra,
mundana es urbe de Dite:
escondida entre las zarzas
de estos ingratos pensiles,
aunque con patas, rastrera
hórrida sierpe subsiste.

Magna trompeta admirable,
nuncio de su brava efigie,
son esparció, grito alado
del horizonte y sus límites:
Jorge, impávido jinete,
a galope se dirige
contra la cruel ceraste
bramando su lanza en ristre.
Los cascos de su caballo
la arena de flores tiñen,
que brotan tras sus pisadas
bajo su fértil molicie.
¡Cómo desean las rocas
a este sol volverse Clicies
y los planetas, estrellas
que en su órbita azul se fijen!

Era una ola de llamas
—gotas, ardientes rubíes—
que toro reptil se yergue
ante un Hipólito firme
el dragón enarbolado,
bestia de este Apocalipsis,
que derretir quiere al fuego
a la lumbre más insigne,
que desprecia su armadura
por el traje más humilde
—de pelo de cabra no,
de blanco vellón se viste—
ante las fauces abiertas
de una muerte tan terrible
que, toda horror, toda ojo,
fue Polifemo a este Ulises:
entre estertores pulsantes
que rojo y verde dirimen,
la pica una cruz designa,
ya patíbulo, ya estípite.

¡Exulte al fin la ciudad,
de su esclavitud ya libre,
con agua para su barro
y cielo para sus timbres!
Por el azul de las platas
circundada se bautice
y llámese Trinidad
la que naciera Anfitrite,
primicia de su nación
a la que todos imiten:
al Padre, al Hijo, al Espíritu
Capadocia glorifique.

(Darro, 5-16 de junio de 2020)

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