Zamarro, P. (2011). De Gibraltar a la Atlántida (La clave está en los estrechos). Ed. electrónica: Paulino Zamarro. |
Recientemente he podido leer en versión Kindle —pues no existe edición impresa de esta edición, la segunda— este curioso libro que trata de justificar la ubicación de la Atlántida de Platón en el Mar Egeo.
El resumen de la obra es aproximadamente el siguiente. Hace unos miles de años África y Europa estaban unidos por el istmo de Gibraltar y el Mediterráneo era una cuenca relativamente vacía, donde el nivel del agua marina era muy inferior al actual y muy inferior también al del vecino Océano Atlántico. Hacia el año 5500 a. C. dicho istmo se rompió debido a un fuerte seísmo, produciéndose consecuentemente un violento trasvase de agua oceánica hacia la cuenca mediterránea y el Mar Negro (entonces un lago endorreico de agua dulce). El cataclismo provocó la súbita elevación del nivel del Mediterráneo, de modo que muchos territorios costeros quedaron sumergidos, así como una gran isla situada entre las penínsulas del Peloponeso y de Anatolia, de la cual sólo permanecieron emergidas sus mas altas cumbres, las que hoy conocemos como Islas Cícladas. El autor identifica diho territorio sumergido con la Atlántida de Platón.
De este libro me parece especialmente valioso el planteamiento geológico: realmente sorprende que, tratándose del hundimiento repentino de toda una isla, haya tan pocos libros sobre la Atlántida que incluyan consideraciones geológicas, a pesar de que ninguna isla se hunde en el mar así como así y sin dejar rastro alguno. En todo caso, la estructura lógica del libro es muy sencilla: si el Mediterráneo se llena de agua, grandes regiones tuvieron que quedar sumergidas, si bien el autor nos ofrece incluso una serie de cálculos de mecánica de los fluidos para estimar la magnitud del cataclismo para enriquecer su exposición. La idea, como él mismo admite, procede de la obra El diluvio universal. Nuevos descubrimientos científicos de un acontecimiento que cambió la Historia, de W. Ryan y W. Pitman (Debate, Barcelona 1999; título original Noah's Flood).
La objeción principal que puedo hacer a esta hipótesis catastrofista —hoy, superado el antiguo debate entre catastrofismo y uniformismo, la Geología admite la existencia de eventos violentos, que conllevan cambios repentinos acompañados de súbitas liberaciones de energía— procede de la comparación con una situación análoga que se da en nuestros días: los Países Bajos, que se encuentran bajo el nivel del mar, requieren un drenaje constante para aliviar el agua que aportan los ríos y las filtraciones del agua procedente del Mar del Norte, pues, de lo contrario, acabarían anegados. Del mismo modo habría que pensar que el istmo de Gibraltar, formado en su mayoría, según el autor, por sedimentos arenosos de composición similar a las dunas de Valdevaqueros y las playas occidentales de Tarifa —por tanto permeables—, dejaría pasar el agua atlántica de forma paulatina hacia el Mediterráneo, alcanzándose el equilibrio hídrico de forma mucho menos violenta.
Sin embargo, a pesar de que la argumentación geológica del libro es discutible, no constituye el error principal de la obra: el punto débil de la misma es, sin duda, el acercamiento filológico. Para empezar, el autor emplea una traducción mexicana extrañísima de los diálogos platónicos Timeo y Critias —que no cito aquí para no contribuir a su difusión, y en la que, por dar un solo ejemplo, se traduce el nombre de Poseidón por Neptuno— y, aunque en alguna ocasión cita a dos profesores de filología griega a los que pide ayuda para precisar algún punto del texto, es evidente que no apoya su investigación en los textos griegos originales —no digamos ya en una edición crítica—. Y eso es metodológicamente imperdonable.
El extremo de esta falta de rigor filológico se produce cuando identifica las Columnas de Heracles con los islotes de Pori y Poreti, que no son más que dos salientes rocosos que emergen entre las islas de Citera y de Creta. Independientemente de que en la Antigüedad en tales islotes existiesen unas columnas dedicadas a Heracles, o incluso de que tal par de islotes se conociese como las originarias Columnas de Heracles —questio disputata, que comentaremos en otra ocasión—, se trata de una absoluta infidelidad al texto de Platón, que, a la hora de localizar la isla Atlántida, haba de una boca o estrecho llamado Columnas de Hércules por los griegos: en Timeo 24e leemos πρὸ τοῦ στόματος, de στόμα, boca o estrecho, que no se aplica sin más a cualquier espacio intermedio entre dos islotes completamente rodeados de agua. Pues si se trata de navegar por la zona, ¿qué barco se arriesgará a encallar pasando entre ambos escollos, pudiendo rodearlos fácilmente?
Por otra parte, Platón nos dice también en Timeo 25d que, tras el hundimiento de la isla Atlántida, el mar quedó innavegable debido al fango producido por el cataclismo y que se encuentra a muy poca profundidad bajo la superficie; algo que, como sabemos, no se daba en la época de Platón en el Mar Egeo, como tampoco en la nuestra. Además, parece bastante extraño que el relato de algo que ocurrió en el Mar Egeo, el patio de la casa de la civilización griega, tuviera que ser recuperado por los griegos gracias a los egipcios, como si sus vecinos meridionales tuviesen que contarles la historia de su propia casa. Parece mucho más razonable pensar que la isla Atlántida se situase en un lugar remoto: es lo que leemos en Timeo 24e, donde se dice que el pueblo atlante marchó sobre varias regiones de Europa "desde fuera, desde el piélago Atlántico" (ἔξωθεν ὁρμηθεῖσαν ἐκ τοῦ Ἀτλαντικοῦ πελάγους), no desde el vecino mar interior —por no decir íntimo— que es el Egeo para los griegos.
En todo caso, y a pesar de esta enorme puerilidad filológica, y de la extrema seguridad del autor, que constatemente subraya el carácter irrefutable y científico de sus argumentos —¿desde cuándo lo científico es irrefutable?—, lo considero un libro interesante, como digo, por el acercamiento geológico al misterio de la Atlántida, aunque las tierras que evidentemente quedaron sumergidas en el Mar Egeo y que el autor identifica con la isla no respondan a la localización que da Platón en el Timeo. El libro contiene también un curioso capítulo en el que el autor reconstruye —o mejor, inventa— el diálogo Hermócrates, diálogo nunca escrito por Platón y que iba a ser el tercer elemento de la trilogía Timeo, Critias y Hermócrates. El autor expone en este diálogo su propia teoría sobre la Atlántida por boca de Hermócrates, que responde a las preguntas de Sócrates:
De todas formas, dada la velocidad a la que el hombre está haciendo descubrimientos últimamente, tal vez tengamos ocasión de proseguir esta conversación en otro momento con nuevos datos sobre la Atlántida, aunque como has podido observar, Sócrates, los últimos avances han sido espectaculares y espero que nuestra diosa Atenea nos vuelva a reunir con este objeto, sin que tenga que transcurrir tanto tiempo. (p. 215)
Notas:
i) El libro parece ser la segunda edición de Zamarro, P. (2000). Del estrecho de Gibraltar a la Atlántida: (claves que han hecho posible determinar la extensión y situación exactas de la Atlántida). S. l.: Paulino Zamarro. Esta vez, sí, edición impresa.
ii) Una localización idéntica, que sitúa la Atlántida en el Mar Egeo y ofrece mapas en todo similares a los del libro que nos ocupa, se encuentra en Djonis, Ch. A. (2013). Uchronia? Atlantis Revealed. EEUU: Page Publishing, Inc. Vid https://www.atlantisislandrevealed.com/ y La Atlántida Desvelada: El Relato de Platón Estaba Basado en un Lugar Real.
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