¿Qué poemas son aquéllos?
Malos son que relucían.
¡Pero qué oyen mis ojos!
Yo os diré lo que veían.
Era un poeta muy progre
—para rimar, progresista—
con no poca inspiración,
la de su musa cachimba.
Cultivaba sin esfuerzo
—mérita paga reciba—
enganchado a la corriente
del mester de progresía
poemas de actualidad
—de temporada, diría:
siempre a la última moda
que a otro año queda antigua—.
Sus versos, si fueran churros
hambre en el mundo no habría
—no digo que no lo sean,
me vaya en ello la vida—,
al viento del pueblo marchan
en vulgar algarabía,
o pagano manifiesto
o sacrosanta manifa,
que si el verso libre es libre,
el otro será fascista
con paso de legionario
al aire de su medida.
Sus imágenes —sin mancha
de tradición concebidas—
son —retórica de Rorschach—
confusas pareidolías
como las caras de Bélmez,
que hasta han echado barriga
no por los churros de antes,
sí por partirse de risa
al ver tanta calidad
que refrenda mayoría
no de votos, de devotos
de la filantropelía.
Sin temor de la palabra,
¿cómo es que no se arrima
el diestro —más bien siniestro—
matador de la poesía?
Disonante su cadencia,
¿cómo es que no sea rima
asonante (si es que a-
partícula es negativa)?
Harto tiene el don de lenguas
por tanta palabrería,
aunque muda de renglón
más que cambia de camisa:
se ve que las lenguas todas
lo achicharraron el día
cuando quedaron helados
partos, medos y elamitas.
¡Qué destructura de textos
como chisme de oficina!
¡Y qué lógica aplastada
por su pluma tan rolliza!
Seguro que el premio gordo
le quitan a Luis García
cuando a sus rimados ponga
mirando hacia Alejandría.
Si les deleitó mi canto,
sus bolsas agradecidas
queden conmigo; y, si no,
perdonen sus señorías.
(Darro, 31 de mayo de 2020)
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