A Antonio Alcaide
Adán, orgulloso de haber conocido
a Eva bajo el manzano,
enseña la tentación dormida entre sus piernas
a los curiosos ángeles sin sexo
que custodian su inocencia.
(Antonio Alcaide, Los días del diluvio)
Al pie del alto olivo
tendido Adán dirige entre las hojas
su mirada, su voz, su pensamiento,
apenadas y altivo,
al cielo, que portando sus congojas
ascienden por la escala azul del viento.
Eterno es el momento
e infinito el lugar de su reposo,
pentagrama callado
e instrumento soñado,
en el jardín florido y tenebroso
donde el latir del pecho
única es vibración de alma y lecho.
Riegan el paraíso
frescos —cuando no lágrimas— torrentes
que fluyen de la nieve a la pradera,
imperio del narciso
que flores sueña y busca diferentes
con ansias de imposible primavera.
Crían por la ribera
verdura el suelo y frutos los frutales;
del escarpado risco
a la paz del aprisco,
leche la cabra da, queso a raudales,
y la abeja fecunda
tanta dará más miel que él pena efunda.
En superior revuelo,
despreocupadamente libadores,
acicalan con óleo su plumaje,
sin sexo y sin anhelo,
pura inocencia en juegos voladores,
de celestiales hilos nudo encaje,
diverso su linaje,
con súbito estupor, susto inaudito,
ángeles por la fronda
cuando divisan monda
la que su propio —amor sin apetito—
cuerpo no les inflama,
de aquél que bajo olivas yace, llama.
Íntimas las hormigas
por el circuito ocluso de sus venas
de la oculta raíz al tronco avanzan
y, táctiles aurigas,
venciendo soledades y cadenas
galopan, corren, brincan, fluyen, danzan
mientras pesados lanzan
la montaña doliente el eco alado
y el bosque su lamento,
a su voz instrumento,
del vientre sur al norte iluminado
por frágiles estrellas,
constelación de estériles querellas:
«¡Oh, puros querubines,
ya que mi bajo llanto al alto cielo
no mueve, o mi cantar, extraviado
silenciosos confines,
inmanente mi herida y mi desvelo
en desierto jardín, yermo poblado
dispersa sin cuidado
entre felices múltiples criaturas
e incontables bondades,
mirad mis soledades
y elevadlas a quien mis desventuras,
divina entraña humana,
término quiera dar, mujer, manzana!»
Canción: el bajo olivo
mínima es parte de su larga umbría
cuando ascienden los ángeles al cielo;
signo interrogativo,
la desbandada en burla y lejanía
no otra respuesta da a su desconsuelo.
Y la luna creciente
tanto apaga su voz como el poniente.
(Darro y Roquetas de Mar, 20-26 de abril de 2017)
No hay comentarios:
Publicar un comentario